martes, 13 de diciembre de 2011

M


Conozco a M hace muchos años. M era compañero del profesorado de educación física de varias de mis amigas del colegio secundario. Incluso fue novio de una de ellas.
Hace también muchos años M y yo mantenemos alguna que otra conversación vía Messenger. Al principio –si mal no recuerdo- eran más bien ñoñas. Con los años se fueron tornando más básicas: M me quería dar y ya. Pero antes de ser tan gráficos por msn, hizo alguna hazaña de chico busca chica: vino a verme a mi casa un par de veces (yo aún vivía con mis padres, y él vivía muy lejos de mi barrio), me pasó a buscar por la facultad otras tantas. Y en una de esas facultativas oportunidades, me contó que una vez en una plaza conoció a una chica que le flasheó la cabeza y blablabla, y que como era pendejo creyó que eso no le iba a volver a pasar hasta que (ay, sí, chicas, suspiren) me conoció a mí. En tanto avanzaba con su historia y yo empezaba a anticipar que se me venía una bomba, me iba haciendo más y más chiquitita en mi sillita de aquel bar. Pues bien, la cosa quedó ahí. A mí no me interesaba M desde ese lugar. Pero algo en él me interesaba.

Años más tarde, y con un poco más de aventura encima, quedamos para vernos en un bar. Charlábamos y tomábamos cerveza cuando decido besarlo. Me preguntó si quería otra cerveza. Todavía tenía en mi vaso, le digo que no. Se va. Cuando vuelve, me agarra de la mano y así, sin decir nada, me lleva a un hotel. Yo no ponía resistencia alguna pero se debía a mi poca capacidad de controlar la situación: claramente no iba a ser yo quien manejara las cosas. Y eso, en aquel entonces, no me gustó una mierda.
La pasé mal. Irme de ese hotel fue un alivio. Recuerdo que en vez de volver directamente a mi casa, me fui a desayunar a un bar. Quería pensar, pero no recuerdo qué.

Seguimos hablando de tanto en vez. O, mejor dicho, me sigue aclarando que sin ningún problema él se ofrece a hacerme el favor. Me río y le agradezco o no le respondo, depende mi humor.

Hace dos semanas nos cruzó un casamiento de una amiga en común. Cuando nos vimos, nos saludamos claro, y a la sencilla pregunta “¿cómo estás, noe?” entendí el grado de invasión que tiene su energía para conmigo; pues amigos, mi cabeza sólo sabía ser estúpida o callarse. Decidí ser más bien silenciosa, y responder lo justo y necesario a cada pregunta.
No podía dejar de mirarlo. Tiene unos movimientos tan decididos, hasta incluso medio brutales. Y una vanidad que ese día me resultaba maravillosa. Lo veía y quería yo también disfrutar mi cuerpo tanto como él.

Durante la fiesta cruzamos un par de palabras, un par de miradas. Lo deseaba. Esa noche lo deseaba. Pero no podía ir a buscarlo: al finalizar la fiesta yo me iba de viaje con amigos, y no tenía nada que proponerle. Yo sé cuál es su interés, y esa noche mi deseo iba por el mismo carril.

Cuando lo veo que se está por ir, así, como si un alma corajuda me hubiera raptado el cuerpo, me le paro enfrente y le digo “si no fuera porque me estoy yendo de viaje no dudo un segundo en invitarte a dormir”. Yo sé que para muchas mujeres esto es algo común, pero chicas no es mi caso ser tan directa, especialmente cuando –en toda la noche- no tuve demasiadas señales positivas.

Me abraza.
M: ¿cuándo volvés?
N: el martes
M: nos vemos a tu vuelta
N: dale

Lo miro irse escalera abajo, cuando está a punto de desaparecer se trepa y me pide un beso que, por supuesto, le doy. Se va.

Antes de irme de viaje, ya en casa y con un importante estado etílico, le escribo:
quiero que vayamos a bailar mucho a un lado. ebrios. 
me intimidabas hoy.
hay algo en vos que siempre siempre va a parecerme erótico.”

Me responde:

“NAaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, nena, me muero. Anoche estabas tremenda, casi me muero, no paré de mirarte, pendeja... me vine desde allá dándome la cabeza contra el vidrio del auto, tu beso último me detonò... eso no se hace, aaaaaaaaaaaaaaah!
Cuando vuelvas... cuando vuelvas.
Y te voy a agarrar con ese vestidito. Mi dios, basta.”

Mi sonrisa ante la respuesta por suerte se la llevó la computadora. Después de eso chateamos, seguimos hablando de los desencuentros de esa noche, avivando el fuego. Él viajó este fin de semana y ya no hablamos. Tampoco nos vimos, claro. Incluso ahora lo siento más distante. Y si bien no estoy desesperada, me hace ruido nunca entender, nunca entender.

Nunca puedo figurarme qué se espera de mí.

Por suerte, empecé terapia.