lunes, 29 de agosto de 2011

del enamoramiento y otras yerbas


El experimento viene frenado, amigos, porque realmente estoy a mil revoluciones por segundo. Y viene frenado porque de las historias anteriores, los resultados son como preveíamos (chotos, sí). Quizá uno de estos días me encuentre con L. La propuesta está, pero no sé si vaya a servir de algo. Lo cierto es que si bien extraño esa cuota de novedad, hoy estoy mucho más tranquila. No espero, y, señores, qué bien se siente uno cuando no espera. Porque uno lo sabe, sí. Pero creo que se olvida de qué bien se siente el cuerpo cuando no está ansioso porque suene el teléfono.

Quiero hablar del enamoramiento.
(Ante todo, voy a ponerle un significado para que se orienten cuando hable de “estar enamorado”. Enamoramiento: etapa de un romance que pudiera o no devenir en amor. NO TIENE RELACIÓN CON EL AMOR, SINO CON EL DESEO DE AMAR. ¿´stamo claro?)
Gente, yo la paso reee maaal cuando me enamoro. Y si bien quiero convencerme de que es normaaaaaal, que las reeesiiiissstencias, que las mareeeposas en la paaaanza, que te ponees  asseee porque te gussssstaaaaaaa y AY!!!!!! ¿me gusta pasarla mal? ¿¿soy pelotuda??.  No, muchachos, ¡me niego! No soy TAN pelotuda. A ver: me la juego, eh. Si me tengo que bancar ese momento me la banco porque en el fondo algo me dice seguí seguí seguí y allá me vieron. Pero, ¿por qué decir después, contarle a los niños, que no hay nada más lindo que estar enamorado?
ES MENTIRA, MIERRRRDA. No generalicen, porque yo soy de las que la pasa mal.
Niños, aquí mi versión:
Chicha conoció a Pedrito. Le gustó Pedrito pero no sabía si ella le había gustado a Pedrito también. Entonces se dijo:
-¡voy a averiguarlo!
Cuando se adentró a la aventura, empezó a cuestionarse su valor dentro de su contexto social, y entonces muy imperceptiblemente la cagó y apareció Miedín.
Miedín le dijo:
-¡Ojo!, no vayas a espantar otra vez a un futuro posible espacio donde depositar tu amor.
Y Chicha empezó a pensar y a pensar y a pensar cositas gracias al consejo de Miedín.
Entonces, cuando se encontró con Pedrito, se quedó muda y lo escuchó lo escuchó lo escuchó. Quería decirle muchas cosas, cosas simples como “me gustan mucho tus ojos cuando alzás la mirada” ó “mi cuerpo se alegra con tu olor”. Pero no, ella había pensado tanto que en un momento pensó lo peor: no sabía qué podría pensar él.
-¡tengo que averiguarlo!, repitió Chicha. Pero esta vez no hablaba de sensaciones, sino de pensamientos.
Escondidito en una palmera apareció riendo Miedín. Había cumplido su cometido: Chicha ya no dejaría nunca de pensar en la mirada de los otros.
Y así, siguió viéndose con Pedrito hasta que
A: se establecieron como pareja.
B: dejaron de verse.
Como sea, los resultados son desfavorables en ambos casos.
Y si somos re copados y decimos que la opción A está buena, les aseguro que para llegar a eso, Chicha la pasó como el orto.
FIN.


Hoy una amiga me contó que su ex novio en vías de restablecimiento le dijo: “si no tenés tiempo, entonces no estés con nadie”. Chicos, de verdad: ¿realmente creen que se necesita tiempo?. Porque, pará, pregunto en serio: Yo no quiero dejar de hacer mis cosas. No prefiero nunca dejar mis cosas. Y no nos pongamos obvios, por favor: no me digan que me elijo a mí y bla bla bla… OBVIO QUE VOY A ELEGIRME A MÍ. Y yo quiero que él se elija a él, y que, pucha, mirá, ¡estamos en el mismo lugar porque nos copa!. ¿es muy loco?

Me aburrí de tanto yo por hoy.
Besos!

domingo, 21 de agosto de 2011

Carlota (II)

Hoy he visto “Tienes un e-mail”. En la tele –era la hora de la sobremesa- también ponían “La misión”, lucha libre, una peli de acción alemana horrible y otro film de esos en los que un virus desconocido se extiende y mata a un montón de actores pésimos. Iba a elegir  “La misión”, pero ayer salí hasta tarde y he pensado que “Tienes un e-mail” me ayudaría con la siesta. ¿Qué puedo decir? Finalmente no he podido dormir: la película me ha entretenido, y mucho. Supongo que porque Tom Hanks de siempre me ha caído simpático. O porque me gustan mucho los establecimientos pequeños y familiares. La tienda de libros de Meg Ryan es antigua, de madera, iluminada con tonos cálidos, suena música agradable y Meg a veces lee cuentos a niños que escuchan embelesados. Tiene problemas económicos, además. Pienso que sería agradable entrar ahí.

Tengo que confesar  que he pasado toda la película tratando de decidir si Meg Ryan me resultaba atractiva o no. Y esto debe haberle pasado a mucha gente. Meg Ryan parece una niña grande. Además es creativa, inteligente, tozuda y encantadora. Algo me atrae de las mujeres Meg Ryan. He conocido a varias. Las mujeres Meg Ryan son pequeñas, llevan el pelo corto, han leído mucho –después de los 24 ya no leen- y  tienen  trabajos creativos. También resultan buenísimas en la cama. Confieso que me atraen, pero a la vez despiertan en mí un afán de sobreprotección extraño. Y eso no es bueno. Carlota es la mejor mujer Meg Ryan que conocí. Era morena, llevaba el pelo corto, había leído mucho y trabajaba con niños en una academia. Las veces que iba a buscarla al trabajo salía y me hablaba de alguna cosa encantadora que había hecho esa tarde alguno de sus niños encantadores. Solo una tarde de cada diez me hablaba de algo malo. Ella era encantadora también. Y alegre. Aunque muy pronto uno descubre que las mujeres que tienen una capacidad enorme para la alegría la tienen también  para el sufrimiento. Ya saben: las dos caras de la moneda. La sensibilidad es una cuestión de precisión,  como la poesía, pero puede dispararse hacia todos los lados. De todas formas, siempre es mejor tener la moneda, ¿no?.

Carlota, después de unos meses, me dejó un día por Facebook porque la relación no funcionaba. Admito que por entonces –y por razones que no me da tiempo entrar a explicar-me encontraba en un momento extraño, estaba poco activo, gris, y era cierto, sí, la relación no funcionaba. Me dijo que me dejaba y yo lo acepté. Lo acepté y me fui. Y sé que la gente no hace eso. La gente lucha. Se revuelve. Manda al móvil mensajes lacrimógenos que dicen “No puedo vivir sin ti. Necesito que vuelvas conmigo”. O “Dame otra oportunidad. Esta vez voy a hacerlo mejor.” La gente miente, patalea, exagera, se pone trágica. Pero yo no. Yo no puedo. Yo me doy la vuelta y me voy. Patalear me resulta adolescente. Permanecer  junto a la persona que amas, cuando ella no lo hace, me resulta un tremendo ejercicio de egoísmo. O tal vez simplemente soy un tipo muy orgulloso. Sea por lo que sea me marcho siempre. Búscate a otro mejor, cariño, de veras, suerte. Tal vez siga solo porque nunca mendigué una segunda oportunidad. Quizá no sea tan malo. Quizá, incluso, sea hasta necesario. El ex de Carlota, en cambio,  no tuvo tanto reparo en arrastrarse, en patalear. Al ex de Carlota le llamaremos Joe. Joe no dudó en ponerse trágico. Era bueno en eso, de hecho. Joe era un tipo mediocre en muchos aspectos, pero no le temblaba el pulso. Sabía decir cosas como “Nunca te abandonaré”, como “Voy a estar contigo el resto de mi vida”. Joe era incapaz de hacer feliz a una mujer como Carlota.  Lo sabía y no le importaba. Carlota lo sabía también, y lleva años tratando de convencerse de que tampoco le importa. Al menos eso creí siempre.
Y escribo sobre todo esto porque hoy he visto “Tienes un e-mail” y Carlota me ha recordado a Meg Ryan. Pero también porque durante todo este tiempo sin Carlota al menos me conformé  con la idea de saberme mejor que cualquier otra persona que ella pudiera encontrar. Y por supuesto mejor que Joe. Más guapo, más hombre, más honesto. Qué sé yo. Como poco menos tramposo. Y en cambio llevo ya unos meses viendo a Joe y Carlota riendo en las fotos  que suben a Facebook. Llevo un tiempo sabiéndolos jodidamente felices. Y hay una escena en “Tienes un e-mail” que me ha resultado especialmente triste: cuando, días después de haberse visto obligada a cerrar su tienda, el personaje de Meg Ryan finalmente entra en los almacenes Fox, la enorme librería, mercantilista y gris, que ha acabado con su entrañable establecimiento de barrio. Y sube hasta la sección de niños y no encuentra un lugar aséptico y frío, como esperaba, sino un espacio cálido y amable, repleto de niños leyendo y corriendo, con juegos de todo tipo y posters de colores, estanterías desordenadas y animales de cartón. Y se sienta en una mesa, una para niños, en una de esas sillas en las que los adultos somos todo rodillas y entonces se da cuenta, por primera vez entiende que ha sido derrotada. Que nunca fue mejor y ha sido derrotada.

DUNKAN

viernes, 5 de agosto de 2011

El experimento se está poniendo complicado


Primero del ocho

Recibo mensaje de texto: “Noe: te extraño mucho y reclamo MI derecho a verte en los próximos tres meses. Atte., D”.
D es del grupo de amigos de toda la vida de L. Tanto a L como a D los conocí en un antiguo empleo. Ahí trabé amistad con D, y por él conocí a L años después, fuera del trabajo.
D y yo tenemos una amistad bastante histérica. A decir verdad, teníamos: D es histérico y yo sostuve la vela hasta donde pude. Está de novio desde que lo conozco y, después de muchas idas y vueltas, dejamos la histeria de lado. Ahora, si nos vemos y tenemos ganas, nos damos el gusto. Y todo ok.
A la mañana siguiente le mando mensaje a D: “¿cómo viene tu día?”.
Nos encontramos al mediodía en la estación Avellaneda, y de ahí nos fuimos a comer a unas hamacas que hay en el barrio de las torres frente a la estación. Compartimos un cogollo de su planta, nos tomamos una birra, vinimos para casa. Nos acostamos un rato antes de que tuviera que irse.
D: (después de que yo me atragantara con el humo) ¿Cómo venís del cáncer?
N: ¿tengo cáncer y no lo sabía?
D: Sí. Te quedan dos horas de vida
N: eso es una propuesta indecente…
D: ¿por qué?
N: porque si me quedaran dos horas de vida te estaría garchando
D: ah, sólo si te quedaran dos horas de vida, buenísimo
N: naaah, jajajaja!

…o sí. Qué sé yo. No tenía ganas de garchar, pero eso no significa que D no me genere deseo. Ante la urgencia del fin del mundo, claro, me garcho al primero que acepte, pero no es el caso de él. A él me lo hubiera garchado si hubiera tenido ganas. Sin urgencias. Y, claro, si no hubiera pensado que L es su amigo y que ellos son re tradicionales en el vínculo. Estoy al horno, lo sé.

Para colmo L está desaparecido. No llama, no contesta mails, no nada. Hasta hoy, cinco del ocho, que en respuesta a mi último mail: “¿se debe a algo en particular tu desaparición?”, me habla por msn diciéndome que él no está desaparecido. Tardaba en responder si le escribía algo. En un momento tipeo:
Ring…ring…
-¿hola?
-hola…estoy buscando la buena onda de L
-ah, para que me fijo a ver si está…

No responde. Me tuve que ir a trabajar. Cuando vuelvo, mi objetivo había sido alcanzado: “jajajajaja…qué tarada…” y un par de cositas más con buena onda. Pero parece que volví tarde, y la displicencia había ganado su lugar otra vez:

N: (…) recién llego de laburar, perdoná!
al raato
L: yo ya terminé, te dejo beso, chau.
-L aparece como desconectado-

¿me la está haciendo o no quiere saber más nada? Porque si no quiere saber más nada, yo no jodo más, amigos. Pero a veces presiento que este pibe está enojadito y no sé por qué.

Llegué a la conclusión de que mi curiosidad por L se sostiene simplemente por un deseo sexual. Me gusta su cuerpo, es bello. Y me sorprende que me movilice su belleza física, porque nunca ha sido un rasgo determinante para mí. (Aclaración: ni es Jude Law, ni tampoco antes estuve con escrachos (bueh…alguna vez…), pero de L es éste rasgo lo que me provoca deseo, y no otros).Y tenía ganas de conocerme en ese plano también, ¿no?. Supongo que no iba a alcanzarme. Supongo también que no será posible descubrirlo con él.


Anoche mi amiguísima yérman me dice que más allá de todo, está bueno que yo haya sido fiel a lo que quería. Y, amigos, yo siento lo mismo. ¿Soy tan jodida?.