domingo, 21 de agosto de 2011

Carlota (II)

Hoy he visto “Tienes un e-mail”. En la tele –era la hora de la sobremesa- también ponían “La misión”, lucha libre, una peli de acción alemana horrible y otro film de esos en los que un virus desconocido se extiende y mata a un montón de actores pésimos. Iba a elegir  “La misión”, pero ayer salí hasta tarde y he pensado que “Tienes un e-mail” me ayudaría con la siesta. ¿Qué puedo decir? Finalmente no he podido dormir: la película me ha entretenido, y mucho. Supongo que porque Tom Hanks de siempre me ha caído simpático. O porque me gustan mucho los establecimientos pequeños y familiares. La tienda de libros de Meg Ryan es antigua, de madera, iluminada con tonos cálidos, suena música agradable y Meg a veces lee cuentos a niños que escuchan embelesados. Tiene problemas económicos, además. Pienso que sería agradable entrar ahí.

Tengo que confesar  que he pasado toda la película tratando de decidir si Meg Ryan me resultaba atractiva o no. Y esto debe haberle pasado a mucha gente. Meg Ryan parece una niña grande. Además es creativa, inteligente, tozuda y encantadora. Algo me atrae de las mujeres Meg Ryan. He conocido a varias. Las mujeres Meg Ryan son pequeñas, llevan el pelo corto, han leído mucho –después de los 24 ya no leen- y  tienen  trabajos creativos. También resultan buenísimas en la cama. Confieso que me atraen, pero a la vez despiertan en mí un afán de sobreprotección extraño. Y eso no es bueno. Carlota es la mejor mujer Meg Ryan que conocí. Era morena, llevaba el pelo corto, había leído mucho y trabajaba con niños en una academia. Las veces que iba a buscarla al trabajo salía y me hablaba de alguna cosa encantadora que había hecho esa tarde alguno de sus niños encantadores. Solo una tarde de cada diez me hablaba de algo malo. Ella era encantadora también. Y alegre. Aunque muy pronto uno descubre que las mujeres que tienen una capacidad enorme para la alegría la tienen también  para el sufrimiento. Ya saben: las dos caras de la moneda. La sensibilidad es una cuestión de precisión,  como la poesía, pero puede dispararse hacia todos los lados. De todas formas, siempre es mejor tener la moneda, ¿no?.

Carlota, después de unos meses, me dejó un día por Facebook porque la relación no funcionaba. Admito que por entonces –y por razones que no me da tiempo entrar a explicar-me encontraba en un momento extraño, estaba poco activo, gris, y era cierto, sí, la relación no funcionaba. Me dijo que me dejaba y yo lo acepté. Lo acepté y me fui. Y sé que la gente no hace eso. La gente lucha. Se revuelve. Manda al móvil mensajes lacrimógenos que dicen “No puedo vivir sin ti. Necesito que vuelvas conmigo”. O “Dame otra oportunidad. Esta vez voy a hacerlo mejor.” La gente miente, patalea, exagera, se pone trágica. Pero yo no. Yo no puedo. Yo me doy la vuelta y me voy. Patalear me resulta adolescente. Permanecer  junto a la persona que amas, cuando ella no lo hace, me resulta un tremendo ejercicio de egoísmo. O tal vez simplemente soy un tipo muy orgulloso. Sea por lo que sea me marcho siempre. Búscate a otro mejor, cariño, de veras, suerte. Tal vez siga solo porque nunca mendigué una segunda oportunidad. Quizá no sea tan malo. Quizá, incluso, sea hasta necesario. El ex de Carlota, en cambio,  no tuvo tanto reparo en arrastrarse, en patalear. Al ex de Carlota le llamaremos Joe. Joe no dudó en ponerse trágico. Era bueno en eso, de hecho. Joe era un tipo mediocre en muchos aspectos, pero no le temblaba el pulso. Sabía decir cosas como “Nunca te abandonaré”, como “Voy a estar contigo el resto de mi vida”. Joe era incapaz de hacer feliz a una mujer como Carlota.  Lo sabía y no le importaba. Carlota lo sabía también, y lleva años tratando de convencerse de que tampoco le importa. Al menos eso creí siempre.
Y escribo sobre todo esto porque hoy he visto “Tienes un e-mail” y Carlota me ha recordado a Meg Ryan. Pero también porque durante todo este tiempo sin Carlota al menos me conformé  con la idea de saberme mejor que cualquier otra persona que ella pudiera encontrar. Y por supuesto mejor que Joe. Más guapo, más hombre, más honesto. Qué sé yo. Como poco menos tramposo. Y en cambio llevo ya unos meses viendo a Joe y Carlota riendo en las fotos  que suben a Facebook. Llevo un tiempo sabiéndolos jodidamente felices. Y hay una escena en “Tienes un e-mail” que me ha resultado especialmente triste: cuando, días después de haberse visto obligada a cerrar su tienda, el personaje de Meg Ryan finalmente entra en los almacenes Fox, la enorme librería, mercantilista y gris, que ha acabado con su entrañable establecimiento de barrio. Y sube hasta la sección de niños y no encuentra un lugar aséptico y frío, como esperaba, sino un espacio cálido y amable, repleto de niños leyendo y corriendo, con juegos de todo tipo y posters de colores, estanterías desordenadas y animales de cartón. Y se sienta en una mesa, una para niños, en una de esas sillas en las que los adultos somos todo rodillas y entonces se da cuenta, por primera vez entiende que ha sido derrotada. Que nunca fue mejor y ha sido derrotada.

DUNKAN

5 comentarios:

  1. es muy tarde, y DEBO dormir. pero sólo quería decirte que acá, en algún lugar -o varios- estoy yo. y, ay!

    ya volveré a decir algo más.

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  2. Estoy familiarizada con esa sensación, no sé porque la sentimos. Voy a pensar en ello.

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  3. "Que nunca fue mejor y ha sido derrotada", santo dios! creo que no me hace bien este blog

    creo que voy a salir a romper cosas

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  4. pfff, sí, roma, esa parte a mí también me mató! máderfaker!

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