domingo, 31 de julio de 2011

Lucie (I)

Lucie era rubia y leía cuentos en francés.
Conocí a Lucie en una discoteca. Lucie me gustó desde un principio porque no quería hablar. Hay muchos motivos para no querer hablar. La inseguridad, por ejemplo. La timidez, la pereza. Algunas personas únicamente esconden algo. Prefiero, sin embargo, a aquellos que eligen no hablar por otra razón muy simple: desconfían del lenguaje. O simplemente no creen en él. Desde muy pequeño el lenguaje fue para mí un inconveniente. No se trataba de algo inmediato. No se trataba de algo sencillo. Yo siempre fui consciente de la complejidad del proceso. Calibrar el tono y el volumen, las pausas, el tema. Proteger la autoestima propia y la de aquellos que me rodean.  ¿Utilizo un perfil bajo? ¿Uno agresivo? ¿Uso el humor? Y el flirteo es todavía mucho más complicado. Solo hacíamos el amor, por eso, Lucie y yo, y no hablábamos. Si alguno de los dos, por casualidad, lo hacía, si alguno de los dos hablaba, el otro no contestaba o respondía débilmente,  distraído, casi quejándose. Efectivamente no hablábamos, pero hacíamos mucho el amor. Tampoco diría hacer el amor, ni se podría decir que folláramos.  Entre follar y hacer el amor debería haber algún otro término. Otra expresión, otra palabra. Yo creo que Juan Gelman lo llamaría “cuerpear”. Y a Lucie y a mí nos gustaba. Cuerpeábamos bien. Para mi sorpresa el sexo con Lucie, a la par que un tanto primario, resultó desde el comienzo  tremendamente íntimo e intenso. El sexo entre personas que se desconocen, que se niegan la palabra, podría pensarse que ha de ser, por necesidad, frío. Una cuestión meramente fisiológica. En nuestro caso, más bien, era todo lo contrario. La ausencia de palabras exigía una mayor capacidad sensible, y sobre todo, sobre todo, ponía alerta la intuición.
La última noche que quedé con Lucie abrió la boca únicamente para saludarme -me sonrío, Lucie no dejaba nunca de sonreír;  algo raro en una francesa- y también para decirme que esa mañana se había quemado, había estado tomando el sol. Por difícil que parezca, las mujeres pueden quemarse zonas del cuerpo altamente inverosímiles. Las besé. Se nos dio bastante bien, lo recuerdo,  aquella noche. Cuando me desperté al día siguiente comencé a vestirme y le dije en inglés: “Tengo que ir a trabajar”. Lucie no sabía en qué trabajaba. Nunca me lo preguntó. Yo tampoco le pregunté por su trabajo o sus estudios. Entiendo que el riesgo es alto. Si son esteticistas, abogadas, prefiero que nunca me lo digan. Si estudian economía también prefiero que se lo callen. Del silencio me gusta que implica siempre todo lo posible. La genialidad o incluso la magia son, por tanto, algo probable; aunque sea remotamente. La comunicación, en cambio, lleva a palabras como “enfermera”, “vendedora”, “modelo de pies”, “jurista”. No hay magia que quepa allí. Me acompañó hasta su salón, era abierto y tenía la cocina anexionada, y entonces vi un dibujo colgando del frigorífico, de trazos infantiles, pintado con rojo, parecía una ballena. Había más alrededor, pero aquél era el más grande. Nunca le hacía preguntas a Lucie. Pero esa vez me apeteció completamente preguntarle.
-“Me gusta ese dibujo” –le dije mirándola y atándome a la vez las zapatillas- “¿Quién te lo dio?”
- “Aquí al lado hay un colegio”  -sonreía-  “Paso una vez a la semana paso y leo un cuento en francés.”
Y no me dijo nada más. Ni yo. Nos acercamos a la puerta. Me besó, luego me fui.
A Lucie no la volví a ver ya más después de ese día. A la semana me mandó un mensaje diciéndome que se  había vuelto a Francia. A casa, me dijo. Y que había sido genial, el tiempo que compartimos, que gracias, y una cara que sonreía. Yo le contesté con algo muy parecido. No llegué a enamorarme de Lucie, me parece, aunque pude haberlo hecho. Pero eso es algo que no importa. No echo de menos ya a Lucie. No me iría a Francia a buscarla. Sin embargo, nunca llegué a sentarme a su lado a que me leyera un cuento en francés. Y desde entonces, por extraño que parezca, no hay nada en este mundo que me apetezca más hacer.

DUNKAN

8 comentarios:

  1. precioso.
    pero acá no hay conflicto. quiero decir: acá no hay exposición. todos los que gustamos de las palabras preferimos el silencio a palabras que no sirvan más que para hundir el barco.
    pero cuando se intenta mantener un vínculo en el tiempo, ¿cómo hacer para evitar el lenguaje? ¿cómo hacer para evitar la curiosidad de su mundo? ¿se puede construir así?
    ay!

    ResponderEliminar
  2. Pero... como nos permitimos prescindir del lenguaje, no podemos prescindir también de la idea de durabilidad?

    ResponderEliminar
  3. supongo que se puede, sí. especialmente si lo que uno busca es un vínculo sexual. No importa qué tipo de sexo: el que necesitemos en ese momento.

    particularmente no puedo prescindir de la construcción cultural. Y no lo digo por la durabilidad, sino por el discurso.

    Y claramente dunkan tampoco, sino no desearía escuchar un cuento en francés.

    ResponderEliminar
  4. Mmmm... no hablaba de sexo en realidad, hablaba de aceptar la ''vida útil'' de los vínculos profundos para poder disfrutarlos más o disfrutarlos como son: presentes y comprometidos; para respetar eso sagrado que te hace encontrarte con alguien alguna vez, y no perderlo en las aristas.

    ResponderEliminar
  5. Digo, ahora que pienso: quizá también hablaba del sexo, puede ser. Pero no era a lo que iba, en el sexo casi siempre es todo más fácil y quizá por eso nos podemos desligar o mandar de cabeza con menos vueltas. No sé por qué tendría que ser distinto en los vínculos, igual. Pero ése es otro tema, creo.

    ResponderEliminar
  6. Estos comentarios se pusieron muy interesantes. No voy a aportar nada más que mi "halago".

    ResponderEliminar
  7. pero escuchar un cuento en francés tiene un fin puramente estético

    escuchar a alguien hablando de sí mismo, o hablarle a alguien de sí mismo, es peor. O hablar sobre la pareja, uff. Ahí ya interviene el ego, la autoestima, la estrategia, la diplomacia. Me aburre, porque además suele ser falso.

    abogo por esos vinculos de los que hablais, pero creados a partir de la intuición, no tanto del lenguaje. es más difícil, sí, pero también más genuino

    Dunkan

    ResponderEliminar
  8. ojalá la intuición estuviera librada del lenguaje!

    ResponderEliminar